sábado, 4 de junio de 2011

Razon a destiempo (II)

Con permiso. Esta trascripción completa el enlace que realice hace unos días hacia un articulo de Antonio Muñoz Molina, en el que hacia una reseña de el libro de Adam Hotschild.. To end all wars.

La escala de la matanza desafía la capacidad humana de imaginar lo espantoso. Entre 8,5 y 10 millones de soldados murieron en los frentes; hombres muy jóvenes sobre todo: la mitad de los varones franceses entre 20y 32 años; mas de la tercera parte de los alemanes; 6 de cada 20 británicos. Hubo entre 12 y 13 millones de victimas civiles. Y la gripe que empezó en un campamento americano en los primeros meses de 1918 mato a 50 millones de personas. Hubo 21 millones de heridos, muchos de ellos trastornados mentales que siguieron llevando vidas oscuras de sufrimiento en manicomios. En Inglaterra la asociación de veteranos con las caras desfiguradas por heridas de guerra tenía en 1919, 41.000 miembros. En 1918 el 70% del producto nacional bruto de Gran Bretaña se dedico a gastos militares. En Berlín había tanta hambre que cuando un caballo de tiro caía muerto en la calle una multitud de mujeres se congregaba en torno a el y lo despedazaba con tijeras o cuchillos hasta que no quedaba mas que el esqueleto. Con las ropas y las caras ensangrentadas las mujeres huían llevando pedazos de carne cruda en las manos.

¡Matad alemanes, matadlos!, clamaba el obispo anglicano de Londres en un sermón publicado en 1915, “no por el gusto de matar, sino para salvar el mundo….Matad a los buenos y matad a los malos, a los viejos igual que a los jóvenes, a los crueles y a los que muestran compasión”.

Según avanzaba la guerra y las oficinas de reclutamiento no daban abasto para procesar más carne de cañón, Winston Churchill alentaba a la aceptación de lo peor: ”Muchachos de 18 y de 19, hombres mayores de 45, el ultimo hermano superviviente, el ultimo hijo de una madre ya viuda, el padre que es el único sustento de la familia, el débil, el tuberculoso, el herido tres veces, todos tienen que prepararse para la guadaña”.

Por muchas veces que se cuente, aquel horror sigue sobrecogiendo. Pero quizás sobrecoge todavía más la inconsciencia humana que dio lugar a tanta destrucción, y el entusiasmo casi unánime con el que fue recibida en agosto de 1914 el advenimiento de la guerra. Muchas de las más lucidas inteligencias de la época la saludaron como una ocasión gloriosa: Thomas Mann, Sigmund Freud, incluso Stefan Zweig. En el mundo de habla alemana la única excepción luminosa fue Albert Einstein. Y había que tener mucho valor, mucha fortaleza de criterio, mucha capacidad de resistencia solitaria, para no dejarse llevar por una marea que lo arrastro todo, como una apetencia delirante de suicidio colectivo, una borrachera universal de los peores instintos elevados a la categoría de patriotismo y pestilente retórica de coacción sin escrúpulo contra cualquier disidencia….

Antonio Muñoz Molina. Razón a destiempo

(El País. Babelia 1018. Sábado 28 de Mayo de 2011)

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